Es un galpón enorme. Hay tantas dornas como motas de polvo. Unas cuidadas, otras destartaladas. Algunas grises, con la pintura caída, en estado de reparación. Otras saturadas de color, de rojo fuerte, o azul oscuro, incluso verde.
Entran y salen personas de todos los lugares y edades, con ropas llenas de color que contrastan con el fondo gris de la nave. Un timón enorme se aproxima a una dorna, como si tuviese vida propia. Esa imagen se solapa con la de un remo recién pintado, que alguien apoya sobre la pared. El ruido de una vela que se iza. No hay viento. Pero llega Betty Boop. El dibujo animado, sex symbol de los años 30 en el cine y en los 50 en la televisión, luce esplendorosa en lo más alto de la vela de relinga. Iñaqui nos dice que le parece que estuvo prohibida en Estados Unidos y que ahora es su novia. En lo primero no se equivoca. Betty fue obligada a llevar falda larga y a ocultar el escote en el 34. Pero volverá a navegar en su dorna, la Betty Boop, una embarcación con una historia realmente curiosa. Es una dorna nueva pero hecha como una réplica exacta de la vieja y marinera Alba. "Navegaba tan bien que quise hacer otra igual. En un 95%, lo conseguí", asegura Iñaqui, que trabaja en la batea junto con Uxío, directivo y patrón de la escuela.
Eso sí, no se librará de las críticas de los compañeros durante todo el verano. El haber escogido para su dorna un nombre tan poco común entre los nombres de barcos, le pasará factura, y más en una escuela que tiene como adjetivo el ser tradicional
.
2- El mar y los golpes ablandan la pintura, y esto requiere eliminarla con unas rasquetas. Se revisan también las juntas de las tablas, que pueden estar deterioradas.
3- Después se lija toda la parte externa de la embarcación y se rellenan las juntas con estopa a presión, sellándolas con sicaflex, que es una pasta que tiene cierta elasticidad y permite que las tablas se muevan un poco sin romper, garantizando una estanqueidad en los cambios de presión.
4- La parte que está debajo del agua se pinta de un color, normalmente negro, y la parte que queda fuera del agua, de otro color, generalmente blanco; aunque en las modernas sólo se barniza, porque no están sometidas a la intemperie, como las antiguas.
5- Por dentro se le da una capa de alquitrán y la cubierta se pinta, al igual que los remos, el timón, las escoras y el empanetado -una especie de tablillas que se colocan en el fondo de la dorna para no pisar directamente sobre las tablas para evitar vías de agua.
6- Por fin, ya podemos salir a navegar, una vez que revisemos la vela y esté bien cosida y amarrada a la verga -palo que marca el perfil superior de la vela y por el cual la izamos palo arriba.
Dos amigas de Ara pintan al otro lado de la quilla. No hay edad ni uniforme para echar una mano. Aunque la mayoría lleva monos, ropa de aguas, prendas viejas... Una de las amigas viste como para salir a un bar de copas. La petición improvisada de ayuda no le impide pasar un rodillo a la Faneca. Ahí la tenemos: botas de tacón blancas casi hasta la rodilla, pantalones rosa fuxia y camiseta negra con dos sables bajo una calavera pirata. Jhon Silver no la hubiera lucido mejor. Puede que no viniera a pintar, pero sí a navegar.
Llega un grupo de Santiago que quiere llevarse la dorna para evitar desplazarse tan a menudo hasta Vilaxoan. Llega también Gerardo, el de la Parisina, una dorna con un cabinado especial. Larry, que antes hacía saltar chispas de la rebarbadora, está plácidamente sentado frente a una dorna que encontraron abandonada en la playa, y que le pidieron al dueño, buscando el lugar adecuado donde atronillar la pequeña bita de madera que sujeta las drisas. Su dorna es la Bazarra, un ferrari de última generación, que es como llaman en Vilaxoan a las dornas de competición.
La actividad se vuelve frenética, las voces y los comentarios se entremezclan con las ideas y los gritos de carga, con los ruidos de los golpes y con el ir y venir de curiosos y amigos. Escucho que los barcos tienen que estar en cuatro días, el 17 de mayo, día de las letras gallegas, en el agua.
Por fin, después de un invierno de trabajo y amistad, reparaciones y vinos, de lento latir; llega la algarabía del mar, la gente y el tiempo que acompaña. Ha merecido la pena mimar las maderas.